Memoria:
Un día apareció entre las redes de la almadraba un ballenato que tras ser “arponeado” por las balas de la guardia civil fue llevado a la playa del viejo poblado almadrabero, después descuartizado y su esqueleto quedó abandonado en la playa.
Un paseo por el Sancti Petri actual trae a la mente está imagen, un organismo que lo fue vivo se muestra hoy despojado de muros, tejas, sonidos y gentes. Solo queda la osamenta y los rastros del viejo poblado cetáceo.
El proyecto camina por la delgada línea que separa el respeto al lugar de lo kitsch, de lo paradójico, conservar una conservera. El poblado no puede ser levantado tal como era por el mero hecho de que nunca volverá a ser tal como era, los nuevos usos y tiempos determinan una manera distinta de acercarse al proyecto y al lugar. El valor arquitectónico que tiene el poblado es escaso en sí mismo, solo tiene sesenta años y en un 80 % ha desaparecido o está derruido. El valor de los edificios no pasa del valor tipológico como conjunto, el de un poblado fabril. Sin embargo, el valor patrimonial que tiene la península de Sancti Petri viene marcado por la cristalización en un momento determinado, en un pequeño espacio de tiempo, de una estructura social singular de gran potencia. Un pueblo en el que queda el patrimonio de lo sentimental y de lo específico que un día fue. Alguien lo ha llamado la República Independiente de Sancti Petri. Un patrimonio prácticamente intangible anclado en la memoria de los que allí nacieron y vivieron.
La verdadera tradición en la historia de la arquitectura y de la humanidad es no actuar desde la nostalgia sino desde la contemporaneidad. Ante posibles líneas de enfrentarse al futuro de Sancti Petri como hacer tabula rasa o conservar en formol el pasado levantando una reproducción tematizada de cartón-piedra, la propuesta trata de coser el pasado de la península con el futuro recuperando espacios y un imaginario donde, tanto los habitantes del viejo poblado como los nuevos usuarios, se sientan identificados.